Texto por Ximena Navarro E. | Ilustración por Melina Guerrero.
El maquillaje de farmacia es una categoría de marketing –también es un eufemismo- para designar, de manera general, a aquellos productos de menor precio, generalmente distribuidos en establecimientos como farmacias y súper mercados.
Este mercado ha experimentado una transformación completa en los últimos años: desde mayores opciones y marcas para los consumidores hasta un aumento en sus precios. Estos cambios se han materializado en EE.UU., lugar de origen de la mayoría de las marcas de farmacia y uno de los mercados de cosméticos más grandes del mundo. Esa transformación ya ha sido importada a México, con sus propias diferencias; sería ingenuo e injusto considerar que el sector de maquillaje de farmacia es el mismo en nuestro país que en EE.UU.
En México, la gran mayoría de los catálogos completos de las marcas consideradas de “farmacia” se venden en los súper mercados; asimismo, los precios de esos artículos, aunque más económicos que los de sus contrapartes de lujo, suelen oscilar desde los 30 hasta los 450 pesos. Eso lleva a la siguiente reflexión: ¿qué es considerado barato y para quién? Por ejemplo, en la sección de comentarios de una ‘youtuber’ mexicana –quien permanecerá en anonimato- es usual que su audiencia le escriba reclamos cada que recomienda productos de farmacia. Algunas críticas son: “¡Real Techniques no es algo que yo consideraría barato!”, “lo que tú señalas como la opción económica sigue siendo lujo para mí” bromea una internauta.
Si el salario mínimo de una mexicana es de 123.22 (a escala nacional. 185.56 para las habitantes de la frontera norte del país), ¿cómo es posible catalogar un labial líquido de 200 pesos como algo “económico”? Si bien es cierto que el maquillaje de farmacia suele ofrecerse con generosos descuentos en varias ocasiones durante el año, ¿es una opción tan económica como suele serlo en EE.UU.?
En México, compañías como Bissú o Prosa han gozado de un repunte de popularidad en redes sociales. Las barras para labios de Bissú o las máscaras para pestañas de Prosa gozan de un estatus de culto en YouTube. Eso no sólo responde a su calidad, sino a su bajo precio: un labial de Bissú puede costar $35 pesos o incluso menos; mientras que el rímel de Prosa cuesta más o menos lo mismo, $30. No obstante, estos productos no son distribuidos ni en farmacias, ni en súper mercados; suelen encontrarse en mercados, tianguis, tiendas especializadas en ventas de productos cosméticos al mayoreo o páginas de internet.
Aunque Bissú, por ejemplo, ha tomado nota de su popularidad lanzando atractivos productos (las nuevas paletas para realizar contour es uno de ellos), no ofrece toda la amplia gama de productos que sí ofertan compañías como L’Oréal o Garnier. Asimismo, según analistas de mercado, ni los millennials, ni la generación Z destacan por su fidelidad a una marca en específico. Por consiguiente, algunas consumidoras que no cuentan con los 350 pesos que cuesta el primer más reciente de Revlon, acuden a la piratería. Porque sí, pese a lo que diga Netflix en Broken, la piratería no sólo es exitosa debido a que un producto está agotado en todas las tiendas en línea; la piratería prospera porque a veces es la única opción que hay para acceder a un catálogo diverso (y claro, también permite simular un estatus económico).
Una nota acerca de la toxicidad del maquillaje pirata:
Como se señaló en la entrega anterior, el maquillaje pirata resulta riesgoso porque es elaborado en condiciones no controladas (de acuerdo al ya citado programa Broken de Netflix, análisis de laboratorio han confirmado la presencia de heces de ratas, pegamento industrial, entre otros, como “ingredientes” de paletas de sombras o labiales líquidos) y, por consecuencia, poco higiénicas. No obstante, vale la pena recordar una investigación realizada por la Revista del Consumidor en 2010 denominada “Y te has pintado la sonrisa de carmín. Estudio de calidad: lápices labiales en barra”, en la cual se descubrió que marcas de prestigio como Dior, Clinique, L’Oréal contienen plomo en su formulación.
Asimismo, ese incidente nos lleva a recordar otro episodio mucho más reciente: los labiales “peludos” de la beauty vlogger, Jaclyn Hill. El año pasado, la influencer lanzó al mercado sus primeras barras para labios llamados So rich lipsticks. Desafortunadamente para Hill, los labiales fueron más célebres por la supuesta presencia de hongos, cabello, entre otros “componentes” sospechosos. El escándalo tuvo tal magnitud, que la beauty guru tuvo que quitar los productos del mercado.
Cabe destacar que cada labial tenía un costo aproximado de 415 pesos y fue vendido por la cadena de maquillaje de lujo, Sephora. Además, Hill señaló que sus cosméticos fueron manufacturados con ingredientes certificados por la Administración de Alimentos y Medicamentos de EE.UU. (la FDA por sus siglas en inglés).
Es importante matizar varios detalles: la presencia componentes “peligrosos” o “impronunciables” en cosméticos ha impulsado el crecimiento de la clean beauty, una estrategia de mercado que aboga por la utilización de ingredientes “naturales”. Sin embargo, esa tendencia también tiene sus propias contradicciones y riesgos. Por otra parte, el estudio de la Revista del Consumidor también encontró alarmantes cantidades de plomo en las barras para labios de Bissú o Zona Rosa.
Esos hallazgos más que enfrentar a los cosméticos económicos vs los de lujo, demuestra que las autoridades sanitarias deben de verificar la calidad de los productos de belleza más rigurosamente. También que las consumidoras debemos de estar más y mejor informadas acerca de las formulaciones que colocamos sobre nuestros rostros.
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Ximena Navarro estudió Ciencias de las Comunicación en la UNAM; durante su estancia en la facultad buscó realizar reportajes y trabajos de investigación con perspectiva de género. Actualmente redacta su tesis de licenciatura acerca de la cultura del maquillaje e instagram. Gasta más de lo que debería en Sephora y en conciertos.