Racismo in da house.

Racismo in da house.

Racismo in da house.

Texto por Anahí G.Z. | Ilustración por Cut, Paste and Speak!

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En mi niñez tenía la certeza de ser negra. Mi papá es güero, de esos que se ponen como jitomate nomás porque los roza el sol. Él es quien solía decirme que yo estaba “negrita”, que quizás si me tallaba  fuerte en la regadera, podría quitarme la mugre y aclararme un poquito. Creí cada una de sus palabras. Para mi padre eran chistes inofensivos, para mí era algo muy serio. Luego estaba la televisión, las revistas y los enormes anuncios repletos de cuerpos delgados, blancos, ojiazules, rubios, lejos, muy lejos de lo que veía cuando me paraba frente al espejo con mi barriga bien formada. La niña que fui se convenció de que no sólo era negra, además era gorda y pobre; tres aspectos que, ante los ojos de la sociedad, son algo así como un pecado por el que se debe pagar con silencio y ausencia.

Todos estos recuerdos se han manifestado con brutalidad en los últimos meses: las discusiones sobre el racismo en la moda, el trabajo de Dorian Ulises para Vogue México y el escándalo provocado por Calvin Klein, han puesto en marcha la carrocería de mis traumas antiguos, pero también una necesidad furiosa por escribir sobre el tema. Debe ser mi niña interior la que no se aguanta las ganas de entrar en la conversación de los adultos.

Primero, está claro que la representación de personas diversas es una necesidad política. Queremos nombrarnos y ser nombradas. Como bien lo dice mi profesor de novela: “Hay que escapar de lo tanático pronunciándonos a nosotros mismos”. El problema es que los trillizos malvados (capitalismo, patriarcado y colonialismo) se asoman al margen solamente para mercantilizarnos y despolitizarnos. Se apropian de la cultura, exotizan y luego exigen aplausos por su profundo altruismo desinteresado. Es bien sabido que se ponen su disfraz de “diversidad” como una estrategia de marketing. ¿Por qué lo digo? porque la industria sigue siendo dirigida por blancos, porque en el fondo el discurso permanece racista, porque el 80% de las modelos son caucásicas, porque las grandes marcas se aprovechan de las artesanas indígenas, porque las obreras dejan sus vidas en las maquilas a cambio de sueldos miserables. Como dirían en mi barrio: “nos quieren dar atole con el dedo”.

Mi compita Frantz Fanon aseguraba que “para el negro, sólo hay un destino. Y ese destino es blanco”. Al parecer la consigna está escrita: te blanqueas o mueres.  Los mass media se nutren de prácticas corporales que toman los moldes eurocéntricos como los estándares altos y el resto son reducidos a la negación; su objetivo es cumplir con el canon de belleza “pura”, es decir blanca. Desde Colombia, el investigador Franklin Gil Hernández se pregunta:

“¿De qué cosa hablamos cuando hablamos de belleza negra (en los medios)? Mirando parte del material revisado sobre revistas sociales, identifico dos formas como se expresa la ´belleza negra´: como blanqueamiento y como exotización”.

El blanqueamiento implica dilapidar todo aquello que no pertenezca a la supremacía rubia. Los artilugios para alaciar el cabello de las mujeres negras, el maquillaje para vernos menos morenas, las operaciones para que nuestras facciones se parezcan a las europeas y el uso de sustancias químicas para aclarar la piel, son solamente algunas de las costumbres corporales bien torcidas y normalizadas para acercarnos aunque sea un poquito al mundo de los güeros. Sobre este tema el académico interestelar, Gustavo García Conde, explica:

“Los seres humanos, si quieren mostrar su blanquitud, tienen que adquirir cierta forma de llevar su cuerpo o de portar esa blanquitud en su cuerpo. Se debe parecer un ser humano virtuoso. (…) La blanquitud es el resultado de que los seres humanos han hecho cuerpo y carne al capitalismo; han somatizado y epidermizado su demanda”.

Sólo por mencionar un par de ejemplos: ¿Se acuerdan cuando la revista Hola le dio duro al Photoshop para que la Yali se viera más blanca? También tenemos el caso del adorado Juan Daniel García Treviño, el protagonista de la película cumbiachera Ya no estoy aquí, a quien le pusieron la piel grisácea en una de las portadas de BadHombre, porque, como diría Barbarita de Regil, que gacho ser prieto.

Ya que andamos en este tema, una vez mi hermano me dijo que si comía verduras mi piel se volvería igualita a la de Madonna my love. Me atiborré de brócoli en mi desesperación por parecerme a la reina del pop y a mi papá. Pasaron varios días antes de que pudiera reconocerme timada. Neta, era la emperatriz  de la credulidad. En retrospectiva puedo comprender mejor el rollo: simplemente era una pequeña, como muchas otras, ansiosa por ser aceptada; una morrita deseosa de blanquitud, porque alguien alguna vez me contó que esa era la utopía.

La exotización es otro ejercicio racista muy pero que muy común en los productos comunicativos referentes a la moda. La rifadísima antropóloga venezolana Julimar Mora Silva, señala dos maneras recurrentes de exotización en el mundo del fashion: la primera es aquella que deviene del Eros; se manifiesta en un exotismo “armónico” y representa una alteridad erotizada. La segunda se desprende del Tánatos; se expresa en un exotismo discordante y en individuos cuyos rasgos son distorsionados. Pa´ pronto, en el primer caso se romantiza al barrio, a lo indígena y a la pobreza para luego venderles como mercancías o se representa a las modelos como objetos extravagantes de consumo sexual; en el segundo caso la industria se sirve de cuerpos marginados históricamente para dibujarlos como salvajes, como monstruos temibles. Queda claro que ambas tendencias buscan reforzar la idea de exotismo.

Los marcadores culturales de la periferia y el margen son tomados, explotados y, las más de las veces, ridiculizados en performances auspiciadas por empresas blancas, tan blancas como la cal. Resulta que las elites simbólicas lo malbaratan todo, deciden lo que es normal y anormal, bello o feo, valioso o inservible; por si fuera poco,  creen que las negras, indígenas, obreras o no-occidentales somos un simple adorno. Para dejar claro el tema, evoco las palabras de Nayma Flores, la queen de Melodrama: “la inclusión de grupos indígenas y/o marginados en la industria de la moda mexicana, muchas veces se reduce a una explotación puramente estética y a las ganas de quedar bien y presentarse como una marca sensible culturalmente”.

Sé que es poco a poquito, que los cambios no se dan mágicamente, que todo lleva su tiempo, pero tampoco se trata de aplaudirle a una marca multimillonaria por fotografiar a un moreno cuando toda su estructura está podrida. La cuestión es no dejar de presionar, de empujar el eje de la Tierra, hasta que ruede cual peonza. Por eso no voy a fingir que Calvin Klein es lo máximo por la aparición de Jari Jones, mientras en los lugares pobres la firma se beneficia de la explotación de individuos racializados. La investigadora Isabel Vega tiene mucho filo al recordarnos que “las condiciones de las obreras y obreros textiles de Calvin Klein son aún peores. Una de sus más grandes fábricas está en Etiopía, donde trabajan miles de mujeres y hombres negros que cobran 26 euros al mes, uno de los salarios más bajos del mundo”. Me di a la tarea de confirmar esta información en otras investigaciones periodísticas, las cuales están libres en  internet, ansiosas por recordarle a la bandita que no se deje marear tan fácil.

Mi adorada Yásnaya Elena Aguilar, una admirable escritora mixe y defensora de los derechos humanos, no le teme al éxito y asegura que la lucha antirracista no tiene como objetivo que los cuerpos racializados aparezcan en la publicidad de Coca-Cola,  pues de poco sirve esta supuesta inclusión si la misma empresa despoja de agua a las comunidades precarizadas. Aguilar agrega que la pugna no es por formar parte de  una portada en Vogue; se buscan cosas más profundas como cambiar los sistemas de validación, desmontar la belleza en términos del patriarcado y lograr que los cuerpos de las mujeres no sean objetos de consumo. Para cerrar con broche de oro afianza su grito: “Más que inclusión se reclama que dejen de oprimir. (…) No queremos aparecer en tu revista, queremos tener los medios de producción para hacer nuestra propia revista”.

Después de las palabras de Yásnaya, creo que es tiempo de contar cómo un día mi madre, al verme en plena crisis infantil, me dijo: “no eres negra, no le hagas caso a tu papá, eres apiñonada y así te ves bien”. Of course,  soy como una semilla prieta y rosada al mismo tiempo,  atorada en la frontera de sus absurdas líneas comparativas. Luego de un leve abrazo,  mi mamá me contó que mi abuelo no la quería porque ella sí es del mero color de la tierra, que la trataba mal y eso nunca logró perdonárselo. Mi jefita también creció  herida, anhelando ser alguien que no podía ser. Pero la cosa no paró aquí, hace poco mi prima de siete años me confesó que se siente fea porque es gorda y morena, porque quiere parecerse a su hermanita que es blanca y flaca. Es una verdadera porquería que a su corta edad ya sienta el corazón oprimido al no encajar en los estándares de belleza.

Por eso no me canso de recordarle a quien me encuentro en el camino que la moda es política. Por eso la niña que fui me/les/nos nombra.  Por eso me repito cada tarde aquella frase anónima que circula en las redes sociales: Nunca juzgues tu belleza por estándares europeos. Por eso no me estoy quietecita como marcan las buenas costumbres. Por eso recuerdo las palabras de Samih Al-Qaem:

“Tal vez insulte un niño, y una niña, a mi pueblo y mi padre. Tal vez mi historia la falsee un cobarde, y transforme en arañas mis corderos. Tal vez dejes privados a mis hijos de su traje y fiesta. Tal vez a mis amigos les engañes con un rostro prestado. Tal vez alces, rodeándome muros, muros, y muros. Y tal vez contra viles visiones crucifiques mis días…Mas no transigiré. Resistiré”.

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Anahí G.Z. (Estado de México, 1996) es escritora, periodista y performer feminista. Le interesa la moda, bailar los fines de semana, la geopolítica y escuchar a David Bowie 24/7. Tiene un blog personal de reciente creación llamado Lesbos intergaláctica, donde explora su intimidad a través de una perspectiva feminista.

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