La muerte viste de Chanel.
Texto por Anahí G.Z. | Ilustración por Cut, Paste and Speak!
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Una chaqueta de cuero, un pantalón de Versace y un revólver del 32
– Sergio Vega
Noviembre es el mes predilecto para sentir el vértigo de la ausencia. Las sillas vacías pesan como nunca, las fotos viejas se le rebelan al olvido, las calles huelen a cempasúchil y los hogares a calabaza con piloncillo. Lo malo es que en estos tiempos la muerte está muy chambeadora; trasmite sus ejecuciones vía Zoom, manda avisos de desalojo por WhatsApp. Dice mi abuelita que la Flaca anda muy altiva y encopetada, por eso me pregunto, ¿si el diablo usa Prada, cuál será la marca preferida de la muerte?
Obedeciendo a las tendencias, probablemente la Niña blanca es buchona. En ese caso, seguro compra sus vestidos en Louis Vuitton. Debe estar muy feliz al darse cuenta que ella misma está de moda. Y es que la necropolítica y el fashion crearon una amalgama poderosa. En los años ochenta Susan Sontag hablaba del fascinante fascismo. Ahora también toca referirnos a la fascinante violencia y la fascinante muerte.
Ya se sabe que a la moda la hace su contexto, por eso no es extraño que el clima sangriento humedezca las pasarelas. De acuerdo con mi crush ñoño, Achille Mbembe, en la necropolítica la violencia se vuelve un fin en sí mismo, de tal suerte que un poder difuso, que no es exclusivamente estatal, se inserta en una economía de la muerte donde los cuerpos de las personas se convierten en mercancías desechables, disponibles para ser aniquiladas o vendidas al menudeo. La necropolítica no pasea solita, va bien agarrada de innovadoras tecnologías para matar y normalizar la crueldad.
La marca favorita de la Huesuda, MAC, es un ejemplo triste del tema. En 2010, en colaboración con Rodarte, lanzaron una línea de maquillaje “inspirada” en las muertas de Ciudad Juárez. Con nombres como Factory, Bordertown, Sleepwaker, Juárez y Ghost Town, proponían una siniestra paleta de colores para que sus clientas simularan ser cadáveres. Claro, como si no fuera suficiente con vivir en uno de los países más peligrosos para ser mujer, como si las hermanas destazadas en el desierto fueran algo “divertido”. Nada bastó, se empeñaron en hallar el lado “bonito” del feminicidio. Esto es otro caso de lo que Sayak Valencia llama la cosmetización extrema de las imágenes de violencia y su despolitización crítica.
Afortunadamente la rabia no se hizo esperar. Llegó la lumbre para movilizar afectos, para recuperar la capacidad de indignación. La línea de maquillaje fue retirada del mercado y se donaron 100mil dólares a una organización que lucha por la situación en Ciudad Juárez. Según la marca, su intención no era ofender a nadie. Bien lo dice el adorable Dewey en Malcolm in the Middle: nunca espero nada de ustedes y aun así logran decepcionarme.
Lo sucedido con MAC es sólo un capítulo más en esta espantosa serie llamada capitalismo. La verdad es que la industria se inclinó por la Parca tiempo atrás. Ahora mismo me vienen a la mente dos momentos importantes: primero llegó la popularidad de los uniformes nazis y, muchos años después, apareció la figura de la heroin chic, quien se encargó de convertir a la muerte en un personaje fashionista. Actualmente la narcoestética sigue el mismo patrón. Asesinar es cool. Incluso las armas se volvieron un accesorio lujoso y deseable; las hay en tonos pastel, bañadas en oro y con incrustaciones de diamantes. En internet sobran las fotografías de mujeres con uñas largas, vestidos ajustados, bolsos caros y armas de alto calibre. Mi prima de 16 años me confiesa: Creo que ser buchona debe ser lo máximo. Lo sanguinario está en onda.
Hace unos meses, en un curso virtual sobre moda contemporánea, alguien mencionó que quizá la narcocultura es algo así como una nueva contracultura. En ese momento sentí al vómito verbal atravesar mi garganta. Lo feo es que mi timidez ganó y me quedé callaíta, con la cámara y el micrófono apagados, mientras me imaginaba una realidad alterna donde sería capaz de hablar sin que me temblaran las manos. Con razón la gente dice que tengo cara de ser adicta a los ansiolíticos. Pero bueno, ese ya es otro tema. Lo importante es que mi cerebro corrió de nuevo a los brazos de la mera jefa de jefas: Sayak Valencia. Específicamente a un artículo en el cual escribe: A nuestro entender resulta acrítico ensalzar cualquier tipo de subjetividad que se salga de la norma como una subjetividad de resistencia, ya que esto aplana las posibilidades de pensar subjetividades que puedan oponer una resistencia real.
La narcocultura es una amalgama entre lo narco y el narco, provocada por cuerpos disidentes distópicos que oponen su autoridad al poder estatal, pero no por ello representan objetivos diferentes. El narco sigue obedeciendo a las demandas hiperconsumistas del capitalismo y, sobre todo, a discursos misóginos y sensibilidades fascistas. Para coquetear denso con el tema que me agobia, diré que la narcoestética es parte de la necrocultura, es una anti-resistencia a los postulados esenciales del neoliberalismo y el patriarcado.
Es innegable que la popularidad de la narcomoda va en ascenso. En Amazon abundan las playeras con frases dichas por famosos delincuentes. Pure Blanco, fundada por el hijo de Griselda Blanco, ganó fama porque su logo es una araña viuda negra, en honor a los amantes asesinados por la reina de la cocaína. Las polo acartonadas tuvieron su boom cuando algunos narcos fueron aprehendidos y fotografiados usando esas piezas tan desabridas. La camisa que el Chapo lució en la escandalosa entrevista para Rolling Stone, se agotó en un par de horas y, en la página oficial de Barabas, se presumía que ese modelo era el favorito del capo. Ya que exploro los caminos del escapista number one de nuestro país, debo mencionar a El Chapo 701, la marca de ropa que explota al máximo el rostro del bigotón más controversial. Tampoco se me olvida Escobar Henao, la fallida firma que vendía indumentaria con Pablo Escobar como el concepto principal.
Poco a poco la violencia es convertida en un objeto decorativo, seductor. Sería peligroso perder de vista que la narcoestética busca necroempoderar, en la opinión de Valencia, esta palabrita se refiere a transformar contextos de vulnerabildad o subalternidad en posibilidades de acción y autopoder, pero ejerciendo una reconfiguración desde la autoafirmación perversa. El narco enaltece las lógicas dominantes que nos aplastan. Las prendas que forman parte del narcomundo llevan en sí el mandato de normalizar y extender el verbo de los cárteles. Arreglarse como narco o buchón, contiene mensajes cifrados que hablan de poder y sangre.
En el territorio Mexa nos disfrazamos de capos. Aplaudimos. Erotizamos el cuerpo cadavérico. Compramos. Se pagan grandes sumas por armas con el logo pirateado de Versace. La gente usa camisas de Amado Carrillo o Jesús Malverde. La violencia, igual que la Calaca, está en todas partes. Silenciamos el miedo consumiendo. Se camufla el terror provocado por la nada. Compramos una vez más. Lo digo sin rasgarme las vestiduras, pero al cosmetizar y estetizar la muerte ocasionada por actos violentos, se sobreexpone al público a constantes representaciones sádicas. Se crea entonces una barrera narcótica que naturaliza las expresiones violentas y genera una incapacidad de respuesta en las personas. La anestesia triunfa. Death is the queen.
Debe ser por eso que la Huesuda está orgullosa de las tendencias modernas. Dicen que de tanta alegría hasta se le pusieron rosadas las mejillas y abrió una cuenta de Facebook. En su foto de perfil lleva puesto un Little Black Dress de Chanel. Estaría chido que se volviera vlogger, seguro su canal se llamaría “Mort Certa”. Sin duda un tétrico agasajo, otro punto a favor de la fosa… y el fashion.
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Anahí G.Z. (Estado de México, 1996) es escritora, periodista y performer feminista. Le interesa la moda, bailar los fines de semana, la geopolítica y escuchar a David Bowie 24/7. Tiene un blog personal de reciente creación llamado Lesbos intergaláctica, donde explora su intimidad a través de una perspectiva feminista.