Las imperfecciones de la belleza sustentable.
Texto por Ximena Navarro E.. Fotografía por Sofía Ron de nuestra editorial ‘Que te importa como me maquillo’.
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El planeta está lleno de basura. Está en crisis. No es un secreto, es un hecho reconocido por diversas entidades responsables, justamente, de alertar y solucionar este tipo de problemáticas; no obstante, la responsabilidad cae en les consumidores. “Deberías de dejar de utilizar bolsas de plástico de súper”, “usa copa menstrual para ya no contaminar con toallas sanitarias”, “compra popotes reutilizables”…Y demás frases que responsabilizan únicamente al consumidor y no a empresas y gobiernos.
Lo anterior no significa que las acciones individuales no tengan un efecto contundente a la larga en la preservación del medio ambiente; las debemos de implementar, si podemos; pero justo ése es el problema, que no siempre podemos implementarlas. En este caso, hablaré de cómo generar una rutina de belleza sustentable (con productos en empaques reciclables, libres de crueldad…) es mucho más complejo de lo que parece.
LA CONFUSIÓN ETERNA.
En los últimos años dos categorías han tomado mucha importancia dentro de mundo de la belleza cruelty free y clean beauty. Aunque uno es más concreto que el otro, la realidad es que son conceptos abiertos a las interpretaciones del mercado, los consumidores y los medios (beauty gurus incluidos).
El maquillaje cruelty free o libre de crueldad, refiere a aquellos productos elaborados sin haber sido probados en seres sintientes. Es importante aclarar que los animales elegidos para estas pruebas de “seguridad” van desde ratones hasta perros beagle.
La clean beauty es hermano de los cosméticos cruelty free; comparten características, pero también tienen sus diferencias. La clean beauty incluye a cosméticos empaquetados en envolturas biodegradables; creados en procesos libres de crueldad; con cadenas de suministro éticas o libres de mano de obra infantil…La lista de características es interminable.
Si tras leer ambas definiciones, consideras que alguna de las explicaciones está incompleta, es porque sí, de hecho lo está. Es muy importante tener en cuenta que ambos son nichos con alrededor de un lustro a una década de antigüedad en el mundo mainstream de la belleza, por lo cual están en constante construcción, aunque existe otro motivo detrás de esa falta de uniformidad.
RECOVECOS LEGALES.
En México no existe una definición legal sobre qué implica con precisión que un producto sea libre de crueldad, ni mucho menos cuál es un artículo perteneciente a la clean beauty. La autoridad encargada de definir ambos términos es la Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios (COFEPRIS), la cual se distingue por ser muy escueta ante cualquier información pública sobre las definiciones de cosmético o maquillaje de forma general.
Asimismo, la Procuraduría Federal del Consumidor (PROFECO) tampoco se ha pronunciado en fechas recientes sobre esos nichos, pese a que cada día cobran mayor popularidad en redes sociales y en negocios especializados en la venta de productos de belleza.
Tras casi un año de espera, finalmente la Comisión de Salud de la Cámara de Diputados aprobó una iniciativa que prohíbe la experimentación en seres sintientes con fines cosméticos. Pese a que la noticia anterior es fantástica, es bien importante prestar atención a la manera en la que se definirá a la experimentación en animales. Idealmente, el concepto debería ser preciso; porque no es lo mismo un artículo en cuya formulación no fue utilizada la experimentación en seres sintientes, pero sí durante su fase de pruebas de seguridad ante las entidades que protegen a los consumidores.
LO QUE DICEN LAS MARCAS.
Es importante reconocer que las conversaciones en internet han tenido efectos contundentes: cada día más firmas se autodenominan como libres de crueldad. Recientemente la legendaria compañía Covergirl, renovó su catálogo con artículos cruelty free, sentando un precedente importante en el mundo de la cosmética. Ahora el maquillaje libre de crueldad es accesible en el súper y farmacias. Por supuesto que la marca estadounidense no es la única. Garnier también ofrece productos para el cabello con una lista clara de ingredientes.
Si bien cada día más marcas buscan tener el distintivo cruelty free, ¿qué pasa con la clean beauty? Bien, dada la “flexibilidad” del concepto, éste ha sido apropiado por compañías como Sephora, la ya mencionada Garnier, Tata Harper y un larguísimo etcétera más.
Cada uno de los ejemplos nombrados entiende a la clean beauty de forma distinta. Sephora EE.UU.clasifica a las marcas que se autocategorizan como tales en una sección de su página web. Garnier precisa cuáles de sus ingredientes son “naturales” en los empaques de su línea Hair Food. Tata Harper declara en su Instagram que la marca es “belleza sin compromiso. 100% natural, no tóxica y libre de crueldad animal”.
Esta última descripción forma parte del área más controversial y delicada de la clasificación clean beauty: los afirmaciones pseudocientíficas. ¿Qué significa que un ingrediente sea “100% natural”? ¿Hay ingredientes “antinaturales”? ¿Cuáles son los ingredientes tóxicos y por qué se les considera así? Ésos son cuestionamientos que levantan declaraciones como la de Tata Harper.
Últimamente canales como Lab Muffin Beauty Science en YouTube se han dedicado a responder esas incógnitas. Michelle, la científica detrás de este canal, explica con exactitud por qué las siliconas no son inherentemente malas o la correlación entre el desodorante y el cáncer de mama.
ENTRE LA ASPIRACIÓN Y LA BLANQUITUD INHERENTES.
Otro aspecto revelador de las principales marcas de clean beauty es que la inmensa mayoría tiene un aspecto aspiracional como parte de su identidad. Varias de ellas son patrocinadas –o fundadas- por glamurosas actrices de Hollywood como Gwyneth Paltrow y su marca/tienda Goop.
La publicidad que les acompaña suele tener imágenes en tonalidades cálidas, en las que se muestran mujeres blancas –en su gran mayoría- tendidas a un lado de una alberca o una villa italiana. Muchas de estas modelos son mayores a los 40 años de edad, pero su piel luce juvenil, resplandeciente, sin maquillaje aparente. Las fotografías no parecen estar muy editadas tampoco. Los mensajes que acompañan a la publicidad hablan de alejarse de productos “manipulados” en fríos laboratorios; lo cool es acercarse a la madre Tierra a través de un rubor “orgánico”, sin ingredientes “cancerígenos” –en términos de la dueña de RMS Beauty-.
Es interesante analizar a ese mensaje desde un plano simbólico. La abrumadora blanquitud y riqueza de las voceras de dichas marcas; el uso de la palabra clean (limpio) en su descripción; el notorio contraste entre la promoción del estilo de vida “sustentable” mientras se toman selfies desde su avión privado. Sin embargo, el aspecto más chocante es que lo “seguro” y “orgánico” es aquello que designan un grupo de empresarias. Según esa lógica, los ingredientes para el cuidado del cuerpo y rostro promovidos por siglos por grupos indígenas, mucho antes de la llegada de los colonizadores, sólo son dignos de museo. O, en el peor de los casos, son nombrados exclusivamente cuando alguna de estas mujeres se “inspira” en ellos tras alguna vacación a un destino “exótico”.
UNA ETIQUETA DIGNA DE CELEBRIDAD.
Por supuesto que utilizar una rutina anunciada por Gwyneth Paltrow o por una exmaquillista de Hollywood no es barato. Bajo el argumento del empaque sustentable o la pureza de los ingredientes, un solo artículo de alguna de esas marcas puede costar arriba de los 2 mil pesos.
Esto genera una correlación peligrosa: para ser “sano”, hay que gastar miles de pesos. Si bien, como se argumentó hace unos párrafos, cada día más compañías provenientes de todo el espectro de precios ofrecen alternativas clean y libres de crueldad, no deja de ser preocupante que algunos de los nombres más sonados estén asociados a precios exorbitantes.
Una de las mayores virtudes de las conversaciones en línea entorno a la belleza es que ha desmitificado al mundo de la cosmética: las compañías no parecen entes que crean productos independientemente del recibimiento del púbico; existe una especie de “retroalimentación”. Esto ha llevado, por ejemplo, a que se exijan leyes que paren con la experimentación animal. El problema es cuando el exceso de –aparente- cercanía entre consumidores y compañías lleva a sus fundadores a otorgar información falsa, pseudocientífica con el afán de vender aceite de coco en cientos o miles de pesos. O en otras palabras: el problema no es la búsqueda de cosméticos sustentables, sino la manera en la que se están promoviendo.
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Ximena Navarro estudió Ciencias de las Comunicación en la UNAM; durante su estancia en la facultad buscó realizar reportajes y trabajos de investigación con perspectiva de género. Actualmente redacta su tesis de licenciatura acerca de la cultura del maquillaje e instagram. Gasta más de lo que debería en Sephora y en conciertos.