Texto por Julia Luna Valle. Fotografía por Cris Montalban.
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Creo que no hace falta decir que el lugar donde vivimos es un lugar colonizado, quizá ya no estamos ocupados territorialmente (aunque económicamente sí lo parece), pero sí seguimos viviendo un proceso de colonialidad. ¿Pero a qué nos referimos cuando escuchamos esta palabra?
El término fue propuesto por Aimé Cesairé y Frantz Fanon desde su posición subalterna[1] como el proceso histórico que le sigue a la colonización y que ellos y todxs lxs cuepos colonizados podían observar en sus secuelas. Sí, lxs colonizadores se han ido físicamente del territorio, pero la dominación sigue latente en nuestras formas de ser, hablar, existir en el espacio, es decir epistemológicamente seguimos colonizadxs. No es de a gratis que todos nuestros estándares de belleza, conocimiento, sobre nuestros cuerpos, económicos, etc., sigan políticas aspiracionistas de occidente que nunca podremos cumplir. Es la necesidad de caber en el molde cuando en realidad el molde no es siquiera de nuestra forma y tamaño. Es imposible cumplir con estos estándares porque son estándares que no han sido hechos para nosotrxs, y si lo han sido es solo para continuar el proceso de colonialidad.
Me gustaría entonces hablar de nuestros cuerpos no occidentales.
EL EXTRAVÍO DE NUESTRXS CUERPXS.
Si hay algo en lo que fácilmente todxs podemos reconocer el proceso de colonialidad es en los requerimientos que se le piden a nuestros cuerpos para ser considerados “bellos”.
El concepto de belleza viene de la estética, por lo tanto de un espacio de conocimiento sumamente hegemónico y occidental, pero parecemos olvidar que este nunca ha podido ser definido y que nuestra sociedad ya ha pasado el punto de tener que denominar cuerpos y producciones de arte desde tal concepto, poco tenemos que decir con respecto a la belleza porque ésta siempre será una categoría subjetiva, imposible de universalizar. Y sin embargo la seguimos buscando aún en nuestros cuerpos, porque solo hemos aprendido a entenderlos y describirlos desde ella. Decimos “esta modelo es más bonita que esta” o “mira su nariz respingada, ojala yo la tuviera así” o un sin número de juicios basados en esta categoría caduca y ajena, pues por supuesto nuestro estándar de belleza no es propio, no es de la periferia sino del centro.
Y es que no hace falta ir a Europa o Estados Unidos para que la imagen de alguien “bellx” nos dicte nuestra forma de estar en el mundo, con tan solo ingresar a internet ya tenemos de dónde elegir. Vemos editoriales plagadas de personas que si acaso se parecen a nosotrxs porque tienen dos ojos, pasarelas donde modelos desfilan ropa que nunca podremos usar, anuncios donde aparecen mujeres y hombres que en nada representan nuestro cuerpo subalterno. El problema es entonces ¿cómo nos dividimos entre las pretensiones occidentales y las de nuestro cuerpo subalterno? Pues no es como que podamos dividirlo en dos y de un lado representemos eso que no somos y del otro eso que somos, tenemos que ser todo o nada, y el todo, lamentablemente, es occidental.
¿YO ME AUTOREPRESENTO O ALGUIEN MÁS ME REPRESENTA?
Creo que el problema se vuelve un problema de representación, entonces las marcas, las agencias de modelaje se enfrentan a resolverlo, lo delicado aquí es que se comienza a ver un modelo luego, vuelto casi cliché, de cómo representar lo latino o en nuestro caso lo mexicano (como si hubiera algo como eso). Se generan entonces imágenes con cuerpos que ya identificamos como alternativos, subalternos que sin embargo fueron primero puestos ahí por lxs dueñxs de las revistas, lxs dueñxs de las agencias, que deciden con un dedo qué cuerpo desde ahora representa esta parte de la industria de la moda que antes no había sido representada por ser morena, por ser de estatura pequeña, por tener mucho pelo o muy poco, por ser mexicanx. No se le quita el mérito a la inclusión de cuerpos otrxs, pero no podemos pasar de largo el hecho de que comienzan a mezclarse cánones hegemónicos en cuerpos que ahora no solo deben de cumplir con estándares que “representan” a lo diferente sino que también, de alguna forma, tienen que combinarse con lo occidental. Esto nos lleva por supuesto a la tan sonada palabra de la “exotización”, de la que tampoco nos salvamos.
Y es que, el contenido de estas representaciones cae en la exotización porque parece que no encuentran otra forma de apreciar los cuerpos más que exotizandolos, lo cual ya no es apreciación sino una puesta en escena de lo que unxs pocxs creen que significa ser parte de lxs muchxs. Es un deseo de diversidad que termina siendo igual de colonizador que la industria de la moda occidental. Esto por supuesto es un problema que abarca páginas y páginas de teoría, y que no se encuentra solo en la industria de la moda, sino en toda forma creativa en la que existe la potencia de decir algo sobre alguien o algo que no seas tú.
LA NARRATIVA DE LA PORNOMISERIA Y EL VOYEURISMO SOBRE «LOS OTRXS»
Ya mencionamos la exotización de los cuerpos pero me gustaría hablar de un término utilizado sobretodo en la fotografía, lo cual queda muy ad hoc con las editoriales que participan de la llamada “pornomiseria”[2]. Este término se origina en Colombia a principios de los años sesenta y es usado sobretodo al hablar de video y fotografía documental que pretende mostrar una transparencia de la marginalidad pero que termina produciendo un arreglo y montaje de procesos, que ajenos a quien lo produce, solo vuelven a ser espacios de clichés, puestas en escena, exageraciones según criterios de lo que para ellxs significa ser la periferia.
Con esto en mente volviendo a la fotografía editorial, que por supuesto no es documental sino un montaje, podríamos aplicar el mismo término a muchas de estas producciones. Y es que va desde el casting hasta la locación en la que se hace el shooting y la forma en que la puesta en escena nos deja ver que eso que han retratado no es más que pornomiseria. No es una autorepresentación, es ajena al cuerpo que ahí aparece, porque son las formas en que un agente externo a su forma de vida, de existencia como cuerpo otro, creen que significa vivir en estos contextos, vivir en ese cuerpo. No es entonces extraño pensar en modelos blancxs posando frente a un grupo de mujeres indígenas para demostrar que la marca piensa en la diversidad, ni tampoco la exotización de cuerpos de modelos no occidentales poniéndoles ropa con elementos “representativos” de su cultura, como si fueran maniquíes vestidos según la consigna “hazlo ver latinx”.
Nuestros cuerpos no occidentales no dejan de ser colonizados día a día con estas prácticas, que en vez de crear inclusión y diversidad crean, a lo mucho, nuevas formas de estereotipos sobre la diferencia. Tratan de hacer que todo quepa en su molde, no adaptan el molde al todo, porque en mi opinión, no quieren que el todo esté incluido ahí en su espacio creado para unxs pocxs pese a sus discursos y disculpas. Por esto mismo se da la separación de agencias que no incluyen cuerpos no hegemónicos y entonces se crean otras agencias que se vuelven exclusivas de cuerpos no hegemónicos. Algo así como lo que ocurre en los museos y galerías: se debe crear un museo aparte para exponer el arte de las culturas populares, no se les incluye dentro del museo con mayúscula, porque nunca pertenecerán al centro. Y no digo que la persona de la periferia tenga que acoplarse y dejar de lado su diferencia para entrar al centro, pero no creo que le toque a lxs del centro decidir quienes de la periferia van a ser representadxs y cómo van a ser representadxs.
El problema sigue siendo que no hay diversidad verdadera y que no hay entonces inclusión verdadera (el gran problema del tokenismo o la inclusión simbólica). No creo que le toque a alguien que no sabe lo que es ser un cuerpo no hegemónico decidir cómo se va a ver ese cuerpo en una editorial. Creo que hay que dar paso a la creación colectiva de autorepresentación de estos cuerpos no occidentales dentro de una industria ampliamente discriminatoria. No es dar voz a lxs que no tienen voz, es por una vez callarse y dejar que hablen sin apropiarse luego de eso que contaron. Escapar a la superficialidad de una sola forma de representar la otredad y entonces así, no solo no veremos la misma imagen reproducida una y otra vez dentro de las editoriales, sino que también se abrirá la oportunidad para que estos cuerpos que no son occidentales quepan, y no porque alguien les haya hecho un molde a la medida (no hay medida en la diversidad), sino porque ahora el espacio queda abierto y no hay necesidad de choque y te apretujarse lxs unxs contra lxs otrxs en su intento de decir “pase todavía hay lugares”. Ahora hay posibilidad de entrar sin necesidad de caber.
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[1] Curiel, Ochy, Crítica poscolonial desde las prácticas políticas del feminismo antirracista. Nómadas, no. 26, Abril 2007. Universidad Central-Colombia
[2] Faguet, Michèle, ¿Qué es la pornomiseria?, versión condensada de Afterali, no. 21, 2009.
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Julia Luna Valle, estudia Filosofía en la UNAM, le gusta escribir sobre estética desde una perspectiva decolonial, subalternidad, feminismos y teoría política. Disfruta bailar, quejarse todo, leer libros que no entiende, bordar y tomar agua de horchata.