De nepotismo, moda y fiesta en Oaxaca.

De nepotismo, moda y fiesta en Oaxaca.

De nepotismo, moda y fiesta en Oaxaca.

Texto por Ariadna Solis. Fotografía por Valeria Salcedo de nuestra cobertura de las protestas contra Ivette Murán en el marco de la Semana de la Moda en Oaxaca.

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El pasado 8 de agosto en la revista Vogue se publicó un artículo titulado “La Guelaguetza de Oaxaca contada a través de su indumentaria” que estaba acompañado por una serie de fotografías de mujeres portando indumentaria de diferentes comunidades del estado de Oaxaca. Algunas de estas mujeres pertenecían a las comunidades que representaban y otras eran modelos convocadas específicamente para la ocasión.

Esta publicación se enmarca en una administración gubernamental que busca posicionar a Oaxaca como una marca bajo el slogan #OaxacaLoTieneTodo. Aunque a este punto volveremos más adelante, es importante tener en cuenta que esta estrategia descrita a detalle en el plan de desarrollo de Alejandro Murat, actual gobernador del estado de Oaxaca, ha traído consigo el recrudecimiento de una serie de problemáticas para la población local como la violencia feminicida, el encarecimiento de la vida, la gentrificación de los espacios, el desplazamiento de sus habitantes, además de los problemas de distribución desigual de recursos, entre otros, como la exotización de las identidades para el disfrute del turismo y la extracción de elementos culturales e identitarios con fines netamente comerciales y para beneficio de unos cuantos.

Y es que no podemos ser ingenuos, muchas personas abogan por la visibilidad sin cuestionamiento. ¡Uy, qué emoción que mujeres indígenas estén en Vogue! Pero la visibilidad nunca ha sido el problema, llevamos, al menos un siglo desde que la fotografía se volvió el medio de representación por excelencia, apareciendo en revistas científicas o de moda por igual.  La visibilidad nunca ha sido el problema, el problema es ¿de qué forma se hacen estas imágenes, para qué intereses son usados y en dónde circulan?¿Sirve de algo para las comunidades indígenas salir en Vogue o aparecer en la semana de la moda si los problemas estructurales como el racismo, los feminicidios o el saqueo sistemático de recursos no es cuestionado?¿Acaso es suficiente cumplir con la cuota de inclusión en julio para olvidar las problemáticas a las que nos enfrentamos el resto del año?

En la revista participaron muchísimas personas, cada una con una agencia y una responsabilidad particular de cómo se estaban representando a las mujeres con fines, casi exclusivamente publicitarios de la Guelaguetza, un evento que nace como un “homenaje racial”. Y es que es necesario no olvidar que en 1932 cuando se realiza por primera vez este evento, convocado por empresarios y políticos de la época, se asumía como verdad que las razas en efecto existían y que además se expresaban en determinados rasgos físicos y culturales. Digo que es importante no olvidar esto, porque precisamente esta premisa racista opera hasta la fecha presuponiendo que los pueblos indígenas no sólo son una fuente inagotable de recursos, sino que además somos la experiencia exótica de nacionales y extranjeros, el deleite vacacional de moda y el escenario perfecto para las fotos de Instagram. Cuando en el día a día nos enfrentamos a la violencia misógina, al racismo, a la precarización cada vez más cruda de nuestra vida y de nuestros territorios, al encarecimiento de nuestros propios objetos, la criminalización de nuestras presencias en los espacios y, por si fuera poco, a la reducción de nuestros legados a expresiones específicas como la indumentaria.

Y es que en el artículo ni siquiera teníamos que rascar mucho para descubrir esto: el mismo título hacía énfasis, no en las personas, ni en las historias, o en las comunidades sino en la indumentaria, es decir en sus objetos. En aquello que puede ser extraído, comercializado y explotado en circuitos globales como la moda. Una industria dirigida a la construcción de un consumo para ciertos cuerpos: blancos, delgados, ricos, etc. En ese sentido, la moda para mí siempre ha sido un pilar en la formación y actualización de sistemas de opresión y normalización de los cuerpos. Mi pregunta como mujer indígena sería ¿Por qué apostaríamos por un sistema visual que siempre nos ha violentado cuando tenemos otros alegres y dignos?

Y esta pregunta es un eco, muestra de ello son las protestas que desde el día uno de la semana de la moda, tienen lugar, en particular afuera de la tienda de Moravy, convocadas por colectivos y personas de diferentes comunidades de Oaxaca, hartas del extractivismo, el cinismo con el que es realizado con recursos públicos por parte de personas en el gobierno favoreciendo a familia y amigos y la sistemática falta de escucha a estas demandas.

Este tipo de representaciones en revistas como Vogue, por muchas buenas intenciones que tengan, contribuyen a construir una imagen de Oaxaca digna de ser escenario de cualquier influencer blanco en búsqueda de espacios exóticos que tienen de escenografía a mujeres indígenas, bellísimas, siempre sonrientes, y por supuesto al servicio de cualquiera que guste hacer una boda, una nueva marca de mezcal o ¿por qué no? Las mujeres indígenas pareciera que seguimos apareciendo en el imaginario blanco como una fuente inagotable de mano de obra para marcas impulsadas por personalidades corruptas en el mundo de la moda global. Y es que basta con escuchar a la primera dama para saber que a eso reducen la cultura, historia y trabajo de mujeres y de colectividades enteras: a sus “manos mágicas”, a la mano de obra precarizada, a eso llaman magia.

Esta publicación en Vogue también fue un preámbulo del cinismo con el que esta administración utiliza los recursos públicos en beneficio propio, expuesto a los ojos de todo el mundo con la llegada de la semana de la moda en Oaxaca, patrocinada por Mercedes-Benz, la recién estrenada marca de mezcal de Maluma, Contraluz, y por supuesto, el gobierno del Estado de Oaxaca. Y en este punto debo insistir que no sólo es gravísima la manera en que los elementos culturales de comunidades indígenas están siendo apropiadas, mutiladas y descaradamente extraídas de sus circuitos vitales para el consumo blanco, sino que además el problema se agrava todavía más cuando recordamos que Ivette Morán de Murat, la esposa de Alejandro Murat utilizó este evento, patrocinado como ya decíamos con recursos públicos, para posicionar su marca Moravy. Una marca que se hace llamar a sí misma como “alta costura artesanal mexicana”, con el diseño a cargo de Ivette que sin respeto o imaginación destroza huipiles y textiles realizados por artesanas de las cuales nos sabemos los nombres ni las condiciones de “colaboración” en las que participan.

Todo esto resulta más cínico aun cuando recordamos que en enero de este año se aprobó la “Ley Federal de Protección del Patrimonio Cultural de los Pueblos y Comunidades Indígenas y Afromexicanas”. La senadora, principal promotora de esta iniciativa ha salido a decir que sólo cuando la mano de obra es hecha fuera de las comunidades es ocasión para pedir permiso a la comunidad de utilizar sus objetos. En cambio, nada y nadie puede detener que algún otro diseñador rapaz sin imaginación y amante de la tijera, venga a contratarnos sin condiciones claras o sin explicitar los términos de las colaboraciones “justas”. La actual secretaria de cultura a nivel federal ha preferido hacer caso omiso, y es que estaban más interesadas en concretar reuniones con las marcas para darles todos los elementos legales para que pudieran seguir apropiándose de los objetos culturales bajo un marco legal claramente establecido, que en dar herramientas a artesanx, colectividades y comunidades que llevan siglos protegiendo estos saberes. Para nosotrxs no es ninguna novedad que las leyes funcionen para proteger los intereses de los poderosos.

Y bueno, también tocaría mencionar la historia blanca que tiene el diseño en México, un mercado de lujo que por supuesto no está dispuesto a usar las “artesanías” que hacen los indígenas ¡Dios nos libre! Hay que mejorarlas, buscar los orígenes, pero traerlos a la modernidad porque ¿Qué somos las personas indígenas en México sino el pasado glorioso, las raíces de la identidad, pero también las rutas para el enriquecimiento? No debe pasar inadvertida, por ejemplo, Carla Fernández, invitada del evento y por alguna mala razón referente del diseño en México: pionera en robar conocimiento, presentarlo como propio, blanquearlo y venderlo a precios exorbitantes con la legitimación del público nacional y el exquisito gusto de curadores de museos de todo el mundo y de coleccionistas, que por cierto son clientes. Gritando a los cuatro vientos que todos los cuerpos son hermosos, siempre y cuando sean blancos y tengan dinero para comprar en cifras de tres y cuatro ceros. Gritando a los cuatro vientos que en el lujo no hay opresión, cuando en Oaxaca, hoy en día el lujo se sostiene para unos cuantos gracias al despojo y a la explotación de los muchos. 

Tenemos que poner también en el centro de nuestra atención que la actual pareja obnubilada por su blanquitud y sus privilegios tienen el descaro de presentarse como “promotores” de objetos ajenos a sus historias y con la completa ignorancia de las consecuencias que esta extracción tiene para las mujeres y las comunidades a las que pertenecen estas prendas, esto con una contienda presidencial en puerta.

Y es que la administración actual, los reflectores y las grandes revistas de moda también se ha encargado de cooptar a un sin número de personalidades con carreras y reconocimiento internacional. Pareciera que sólo hacen falta algunas portadas, un buen cheque o un espacio en el programa de la semana de la moda para intentar hacernos creer que somos aliadxs. Así, muchas personas nos quedamos con las manos atadas entre reconocer que son problemas estructurales, en que muchxs ocupamos posiciones contradictorias, y no perder la fuerza de nuestra voz, no quedar tampoco en los márgenes de la discusión. Y es que hay una delgada línea entre el reconocimiento de los logros de representatividad de nuestras corporalidades en los sistemas visuales hegemónicos y la perpetuación de estereotipos que terminan legitimando los abusos de las personas en el poder.

Así la revista, la semana de la moda, el gobierno actual, todos amigos, por cierto, ponen todo muy chulito listo para el consumo blanco. Todo esto mientras que el problema de los feminicidios, los megaproyectos, la desigual distribución de recursos vitales como el agua o los incendios forestales son la última de las preocupaciones de todo el mundo blanco.

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Ariadna Solis es una mujer yalalteca migrante de segunda generación. Es politóloga e historiadora del arte por la UNAM. Dedicada a la investigación, la escritura, la docencia y a diferentes labores textiles. Es parte del colectivo Dill Yel Nbán, Grupo de transmisión y difusión de la lengua zapoteca.

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