Tu «girl power» es pura pose y ganancia.
Texto por Jocelyn Monroy. Collage por YoAlli.
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Girl power, mujeres poderosas, “all girls should be feminists”… tantas y tantas frases que vemos a diario en camisetas, Instagram, TikToks, Facebook; pura publicidad basura.
Está de moda entre las influencers mexicanas llamar a las mujeres a empoderarnos (desde sus roof´s en La Roma), a que nos colguemos pañuelos morados y digamos #NiUnaMenos desde nuestra red social favorita, a que nos pongamos a favor del “aborto legal, seguro y gratuito” con un corazón verde junto a nuestros arrobas, a que grabemos un TikTok con la canción que ya se volvió un himno feminista. ¡Súper bonito!
El 8 de marzo, ni se diga. Las redes inundadas de color morado, todas en la marcha, pero gritándole a la compañera que está rayando una pared que “así no se lucha”, regalándole flores a las policías y subiendo fotos del abrazo entre asistentes y policías con un listón morado en el brazo.
Hablando de “sororidad” creyendo firmemente que se trata de “no criticarnos entre nosotras”, manoseando el término que a Marcela Lagarde seguro le llevó meses (probablemente años) parir. Cuando Marcela habla de la sororidad, se refiere a
[…] una experiencia de las mujeres que conduce a la búsqueda de relaciones positivas y a la alianza existencial y política, cuerpo a cuerpo, subjetividad a subjetividad con otras mujeres, para contribuir con acciones específicas a la eliminación social de todas las formas de opresión y al apoyo mutuo para lograr el poderío genérico de todas y al empoderamiento vital de cada mujer.” (Lagarde, 2006)
No me voy a llevar media hora tratando de explicar qué es o no el feminismo, si ya “todas somos feministas”, a lo mejor y alguna le echó un ojo más allá de Wikipedia y se enteró que es un movimiento político que lucha en diferentes maneras, tiempos, y modos, por la liberación de las mujeres en sus diferentes formas, y que sí, nuestras influencers favoritas pueden ser feministas desde la colonia Roma o Polanco y pueden “luchar” por ser “mujeres empoderadas”… pero por ahí no va.
Yo particularmente no me siento representada por una mujer blanca, delgada, sin acné y con los dientes perfectos, que comparte sus viajes cada mes a Europa y Estados Unidos, que me viene a decir que, poniendo un hashtag que dice “ni una menos”, está apoyando el movimiento. Su “girl power” es pura pose y ganancia para una que otra vez promocionar alguna otra marca super original a la que se le ocurrió hacer toallas femeninas para menstruar empoderadamente, pero que en redes sociales pide retribuciones de sus “donaciones” o tenis que son “para mujeres fuertes y capaces” porque “la fuerza es la nueva belleza”, pero cuidado se aparezca una mujer trans empobrecida, de ésas que salen de sus cánones de “guapas” y pulcras porque entonces sí se viene la burla y la humillación y la sororidad se nos quedó en “el depa”.
Recordando la crítica que alguna vez le hizo bell hooks a La Mística de la Feminidad de Betty Friedan: “mujeres blancas, casadas, de clase media o alta y con educación universitaria: amas de casa aburridas, hartas del tiempo libre, del hogar, de los hijos, del consumismo, que quieren sacarle más a la vida” (hooks, 2004). Y su crítica sigue tan vigente, pues sus feminismos se vuelven un objeto de consumo, de plástico, listo para desechar cuando les deje de servir.
El ideal del feminismo de las influencers es ser mujeres que emprenden, que pueden “alcanzar sus sueños” y que no necesitan de un hombre para poder comprarse sus propias cosas, mujeres que claramente tienen el acceso al capital económico y cultural para poderse hacerse de todo esto, alzando la bandera de que “todas somos iguales” pero como siempre ¿dónde quedan las mujeres de los barrios? ¿las que ganamos menos de diez mil al mes? ¿las que vivimos a una hora de nuestro trabajo y venimos apretadas en un vagón del metro (que está propenso a explotar o desplomarse) poniendo la vida en riesgo porque necesitamos trabajar para comer? Su feminismo blanco y empoderado no llega a nuestras colonias donde el cableado se ve mal y hay tenis colgados en cada esquina; pero tampoco queremos su feminismo que “salva”, que pretende que todas somos iguales y cree que si se toman fotos con una michelada en un tianguis ya son igual que nosotras.
Tampoco le pueden llamar “igual” a la mujer que lucha por su territorio, a la que es discriminada por hablar su lengua materna, a la que migra de su país huyendo de la pobreza para encontrarse en un país desconocido sin papeles y con un bebé en brazos, a las que son esterilizadas forzosamente, a las que buscan los restos calcinados de sus hijos en el desierto, a todas ellas que son alcanzadas por el capitalismo gore que nos describe en su libro Sayak Valencia.
Cuando su feminismo deje de sostener premisas clasistas, como aquella que una vez dijo que ojalá haya aborto legal para que deje de haber gente pobre (cof, cof, Tessa Ia), cuando dejen de apropiarse de discursos, de pensar que “hablan por todas” cuando es obvio que no están atravesadas por la precariedad y lo único que les preocupa es salir bonitas en sus stories de Instagram, cuando salgan de su burbuja que les hace pensar que “le dan voz” a las que no la tienen, vemos.
Y cuando el feminismo deje de estar de moda y les deje de dar ganancia$; también.
Jocelyn Monroy. Habitante de algún barrio de la GAM. Es etno-historiadora sin título, post- feminista, y co-fundadora de la colectiva Las Hijas de Coyolxauhqui; escribe sobre feminismo(s), historia de las mujeres y es entusiasta del EZLN. ★