La costura como labor (mal) generalizada.
El siguiente articulo esta enmarcado dentro de una serie de textos a publicar en Revista Melodrama y misma que hemos denominado como La costura subversiva y melodramática, de la autoría de nuestra colaboradora Dení Ojeda, a raíz de su participación en noviembre de 2022 en nuestro evento Apoya tu Clicka Local.
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Como sucede con la gran mayoría de crisis históricas no-atendidas que aquejan a quienes habitamos bajo el techo de cristal de la globalización, el ramo de la costura y las condiciones laborales para quienes lo ejercen no están exentos de arrastrar fracasos históricos y errores discursivos que perpetúan la opresión actual. Aquí entre compxs, y de la mano de Melodrama nos quisimos preguntar: ¿por qué se empezó a normalizar la devaluación de la costura y la explotación de quienes la ejercen?
Sin ir más lejos, y tal como sucedió con la gran mayoría de las actividades humanas tras la llegada del capitalismo y la Revolución Industrial, fue a partir del siglo XVIII que la costura comenzó a desarrollarse en dos ámbitos que a pesar de ser diferentes en su severidad y a quién atacan, limitan a las mujeres a ser definidas únicamente a través del beneficio que generan con su trabajo: por un lado, la labor obrera realizada por las mujeres en la esfera pública, y por otro lado, la labor doméstica perteneciente al ámbito de la esfera privada.
Como lo refiere Amy Boyce Osaki en A «Truly Feminine Employment»: Sewing and the Early Nineteenth-Century Woman:
« Dentro de los hogares, la costura era una actividad asignada a las mujeres: un “empleo verdaderamente femenino” enseñado por las madres a sus hijas. […] Una vez que ellas habían adquirido dicha habilidad, se esperaba que las mujeres cosieran regularmente como parte de sus tareas domésticas. Los hombres reconocían esto y observaban las habilidades de costura de una mujer, así como su talento culinario, riqueza y estatus social al momento de buscar esposa.
Se consideraba que el campo de dominio de las mujeres era el ámbito doméstico donde se desarrollaba la mayor cantidad de su trabajo y se “generaba” su valor como personas, como esposas, como hijas y como madres. El predominio de esta concepción de los roles de género era tal, que incluso ocurrió el despliegue de un juego lingüístico donde el uso de la expresión “my work” (“mi trabajo”) solía referirse de forma casi exclusiva a su costura o sus bordados cuando era utilizada por, y sobre, las mujeres.
Un vistazo más a detalle de la configuración del rol de la mujer y su relación con la costura aparece en el libro The Subversive Stitch: Embroidery and the Making of the Feminine, donde la historiadora Rozsika Parker cita a Beauvoir para referir que la feminidad (entendida como el ejercicio de “lo femenino”) es una conducta esperada y alentada en las mujeres, y aunque originalmente se vincula con características del cuerpo sexuado de las individuas, las conductas que la definen son mayormente moldeadas por la sociedad. Para esta autora, la costura y el bordado, al participar del ámbito doméstico y estar tan relacionadas con las expectativas impuestas a las mujeres, se consideran como expresiones de la feminidad.
Parker señala que es precisamente esta relación entre la costura (o el bordado) y el ejercicio de “lo femenino”, que a dichas tareas se les considera como meras manualidades, e incluso cuando su ejercicio se desarrolla en los confines del ámbito público, no se les suele valorar al mismo nivel que a la labor obrera ejercida por los hombres (como la soldaduría o la cristalería) y mucho menos se les eleva a la categoría de arte; como sí sucede con actividades domésticas de mayor estatus, como la pintura, por ejemplo.
Durante esta época de re-acomodo social, la consolidación de una ideología que delimita y separa “lo femenino” de “lo masculino” se intersecta con la separación pre-existente entre los conceptos de “arte” y “manualidad” (misma que surgió desde la invención de las artes plásticas), y de este modo, el valor asignado a las artes y labores no sólo es atribuíble a factores de clase dentro del sistema económico y social de la era, sino que además, se ve influenciado por la generización (gendering) del trabajo.
LA LABOR Y LO FEMENINO.
Es el mismo sistema machista, de la mano con el eterno deseo de crecimiento exponencial del capital, el que crea y refuerza las características psicosociales a través de las cuales se construye un ideal de “lo femenino”. Y así se establece que la realización de la costura y el bordado forman parte del mandato a través del cual se constituyen las características ideales de las mujeres, pero a pesar de que la utilidad de estas labores femeninas permite la integración de las mujeres a la fuerza laboral en talleres y fábricas, no se les valora al mismo nivel que oficios considerados como “masculinos” y por tanto, no se les otorga las mismas prestaciones que al resto de los obreros.
Es en la definición de Parker, apoyada con los hallazgos documentales de Oseki, donde encontramos un antecedente histórico de las violencias que todavía se ejercen en contra de las mujeres que trabajan en el ramo de la costura, pues el ciclo de condicionamiento ideológico y rechazo hacia la labor de las mujeres empeora conforme las demandas de consumo y producción de las prendas van cambiando.
Casi desde el inicio de la Revolución Industrial, cuando la costura salió de la esfera privada de los hogares, e ingresó a los talleres y fábricas, se puso en evidencia la forma en que esta combinación entre el hambre de lucro del capitalismo y la generización del trabajo derivan en un ambiente ideal para la proliferación del maltrato hacia las trabajadoras del ramo textil.
Uno de los ejemplos históricamente más significativos de este fenómeno ocurrió el 25 de marzo de 1911, con el incendio de la fábrica Triangle Shirtwaist en Nueva York, donde trabajaban aproximadamente 500 personas, de las cuales fallecieron 123 mujeres (la mayoría de ellas jóvenes e inmigrantes) y 23 hombres, a causa de las pésimas condiciones de seguridad en la fábrica.
Dichas condiciones ya habían sido denunciadas con anterioridad por trabajadoras de la Triangle Shirtwaist, quienes habían convocado a una huelga en septiembre de 1909, y ganaron el respaldo de movimientos obreros femeninos, como la International Ladies’ Garment Workers’ Union, que estaba en operación desde el año 1900. Este llamado fue conocido como el Levantamiento de las 20,000 y se concretó como movimiento colectivo en Noviembre de 1909. El paro terminó en febrero de 1910 con negociaciones que pretendían la obtención de mejores salarios, mejores condiciones de trabajo y horarios menos extenuantes para las trabajadoras sindicalizadas.
Sin embargo, el posterior incendio de la fábrica puso en evidencia que no sólo no se cumplieron las demandas básicas de las trabajadoras, sino que además, los dueños no mejoraron las condiciones del establecimiento, y hay fuentes que parecen sugerir la teoría de que el incendio pudo haber sido provocado por los dueños, quienes no sólo fueron absueltos del cargo de homicidio a nivel penal, sino que además recibieron una compensación de 400 dólares por cada persona fallecida, gracias a su seguro
Este incendio se considera como una de las piedras angulares dentro de la genealogía del movimiento feminista, pues dio origen a la conmemoración del 8 de Marzo como el Día Internacional de la Mujer, y el simbolismo del color morado como color del feminismo surge a raíz del humo morado que llenó el cielo de la ciudad ese día. Gran parte de su legado cultural es que fue uno de los primeros sucesos en dar visibilidad a la unión entre la lucha por la liberación femenina y la causa obrera, y por ende, se ha convertido en una piedra angular del feminismo en la cultura pop.
No obstante, hay que señalar que esta posterior integración al mainstream del feminismo, si bien nos permite mantener viva la memoria de los sucesos, también forma parte de una compleja negociación del sistema para preservarse a sí mismo: la tragedia de las mujeres obreras, y la devaluación de la labor de la costura posteriormente se descontextualizan, con el fin de desactivar la amenaza ideológica que representa la liberación femenina y la liberación obrera en contra del sistema patriarcal y el sistema capitalista.
Para ello, y ante la imposibilidad de utilizar métodos más abiertamente represores dentro de las sociedades “democráticas y civilizadas” en las que vivimos, se recurre entonces a la romantización y glamorización de los sucesos: bajo el pretexto de la conmemoración, múltiples tragedias humanas que involucran a las mujeres se convierten en un bien de consumo. Ya sea como motivo simbólico en series de televisión, canciones, obras de teatro y hasta en discursos para campañas electorales (dentro de un sistema político claramente subyugado por sus obligaciones con el gran capital), se recuerda el evento, sí, mas no se le examina de forma crítica en su contexto histórico, ni se atienden las causas que dieron origen a la lucha, en primer lugar.
De esta forma, llegamos a la segunda década del siglo XXI acarreando el mismo problema: cambia el contexto, más no las condiciones. El valor que se le asigna a la costura dentro del ciclo de producción es muy bajo, y su realización se desenvuelve en entornos que, en muchos casos, replican los discursos machistas a los cuales están expuestos, por lo que la costura no genera una remuneración justa para quienes la ejercen, ni se puede desarrollar de forma segura.
De esta forma, nos enfrentamos entonces a nuestras siguientes preguntas: ¿De qué forma repercute esto en nuestro entorno actual?, y aún más importante, ¿qué podemos hacer lxs consumidores para no seguir con el ciclo?
Habiendo abierto estas heridas discursivas, las respuestas a este fenómeno las examinaremos más a fondo, en las siguientes entregas de esta sección.
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Dení Ojeda es originarix de Edomex y egresadx en Letras Inglesas con especialidad en el área de Estudios Culturales. Su trabajo se ha enfocado mayormente en los fandoms, la historia, y cómo los objetos culturales nos aportan significado desde la cultura pop.