La moda tiene una deuda histórica con las mujeres.
Texto por Miranda Columba. Collage por Aranza Hernández.
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La moda como sistema tiene más fallas que aciertos en las que todos están involucrados, desde los creativos hasta los inversionistas y los dueños de las marcas. Tiene fallas estructurales del nivel de cualquier industria que escale hasta ser indispensable para la vida humana.
Aunque no lo parezca, la moda es una necesidad, y no lo digo yo, lo dicen las cifras que revelan la demanda por nueva ropa con colecciones diversas, a menores precios y diseños en tendencia. Y he aquí una aseveración que ya es un clásico del sistema capitalista: echarle la culpa a sus clientes, a la demanda, es decir, de acuerdo al sistema, somos nosotros los consumidores los culpables de este gran problema.
Pero, siguiendo esta lógica, ¿son las mujeres parte del problema de la moda?
Durante muchos años se ha pensado que la moda es una cosa de mujeres; lo cierto es que sí, y Gilles Lipovetsky en su libro El imperio de lo efímero hace una reflexión donde describe que fue el único proceso donde nuestra imagen tenía “valor”, donde podíamos tomar decisiones, quizá no libres por completo pero en lo general era un área que solo nos competía a nosotras, era y es un apartado donde se mezclan las corporalidades y atavíos femeninos (Lipovetsky 2021, 67-75). Es por eso que para la sociedad regida por el patriarcado se convirtió en un tema frío, del engaño, de las apariencias y sumamente superficial. Por mucho tiempo, la imagen de lo femenino era dominado por la mujer.
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LOS HOMBRES SE ADUEÑAN DE LA MODA.
Los hombres entraron al juego de la apariencia formando los grandes conglomerados de moda a principios de los 60’s y consolidándose en los 80’s; su “genialidad” llegaría a reformar un mundo que, según ellos, debía tener reglas y límites, y donde debían tomar las riendas de todo el sistema. Así, se convirtieron en los creativos, los genios del milenio, los que sostenían económicamente a la industria, los inversionistas, los dueños. Nos dijeron cómo vestir, qué siluetas aparentar, cómo seducir, nos decían qué les gustaba a los hombres y de ahí partía su base creativa. Algunos buenos ejemplos de esto son Bernard Arnault, dueño de LVMH, François Pinault dueño de KERING, Yafu Qiu quien lidera Shandong Ruyi Technology Group, y Amancio Ortega, dueño de INDITEX.
Si bien es cierto que en la historia de la moda ha habido mujeres en posiciones de poder, en su mayoría blancas y europeas; al pasar los años, mientras la demanda crecía, renunciaron casi por completo a sus marcas para formar parte de conglomerados y no quebrar. Existen pocas marcas que resisten y que son independientes como el caso de Chanel, Prada, Hermes, Burberry o Tiffany & co. Las mujeres que en algún momento dirigieron sus marcas, como en el caso de Carolina Herrera, Madeleine Vionnet, Jeanne Lanvin o Elsa Schiaparelli, terminan sin independencia. Cabe aclarar que en ningún momento me parece que este grupo de mujeres privilegiadas queden relegadas, pero es una clara muestra de que ninguna mujer en el espacio que sea realmente queda libre del asedio del patriarcado.
Es por eso que las mujeres que somos parte de las minorías por alguna cuestión en específico como la sexualidad, la identidad, el color de piel o el estatus socioeconómico, quedamos relegadas a ser clientas, costureras, modelos, patronistas, maquileras, cortadoras, modistas, muestristas, bordadoras.
Se nos empujó a estar en las sombras y hoy, en muchos sentidos, seguimos así.
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¿Y… LA INDUSTRIA MEXICANA?
A principios de los 2000 la moda en México estaba tomando forma. Se empezaban a consolidar empresas extranjeras; aún no se tenía un concepto de moda mexicana; las casas de costura consolidadas como la de Valdés Peza, a mediados de los 50’s, que imitaban el proceso de la moda antigua de Francia, no permanecieron por largo tiempo por la demanda excesiva de los 2000.
Las marcas apenas experimentaban en el terreno mexicano, así que cuestiones como la responsabilidad social, la representación de la mano obrera o salarios justos, no podían imaginarse en una industria que apenas comenzaba a surgir. Cabe aclarar que aunque los años han pasado la moda en México sigue siendo lenta en temas de responsabilidad social y justicia laboral.
Uno de los testimonios más interesantes, que describen la forma de operar de las marcas de moda en México, es el de Kenia Cuevas, activista por los derechos de las personas trans. En una entrevista con Jessica Fernández, relata que durante su estancia en la cárcel, ella y muchas compañeras (mujeres trans) elaboraban prendas para la marca de lencería mexicana Vicky Form. Este hecho es sorprendente, pues años atrás la marca había asegurado que no estaba dispuesta a poner como imagen de alguna campaña a mujeres trans, decían que ese no era su target. ¿Por qué al director creativo no le afecta explotar mujeres trans en situación de cárcel al momento de elaborar sus prendas, pero si para la imagen de su marca?
Ese es un mensaje claro que nos indica que las vidas trans valen menos, que solo son relevantes cuando laboran para ellos. Tendrían derecho, como mínimo, a aparecer en la publicidad de una marca.
Para la moda somos una vía, un producto, un maniquí de carne y hueso, una musa; somos las costureras, las limpiadoras, las muñecas de papel que utilizan los hombres para escupir sus ideas sobre el mundo contemporáneo. Y creo que es momento de apropiarnos de esos espacios, decir la realidad desde el lugar que sea y pensar que la moda no nos hace un favor al tomarnos como “inspiración”, nos vuelve un instrumento más de esta industria la cual es experta en exprimir vidas para unas cuantas creaciones.
Hoy la propuesta es crear los marcos legales que permitan cambiar las cadenas de producción, las contrataciones y la regulación de la industria, pero también reclamar los espacios que se nos han sido negados. La moda es de las mujeres cis/trans y disidencias, porque a través de muchos años la hemos bordado desde abajo, desde las sombras.
Pero ellos son quienes se han sentado en el trono y nos han dejado esta industria tan podrida.
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Miranda Columba es diseñadora de moda por la Universidad de Londres y escritora, apasionada por la investigación, la museografía y la sociología. Le gusta trasladar sus ideas y contexto a sus diseños y textos, siempre en la búsqueda de crear un vínculo entre la moda y la sociedad.