El fundamento fascista del minimalismo europeo
Texto por Mucho Texto ★
El fantasma del minimalismo lleva recorriendo Occidente desde la primera mitad del siglo XX, pasando de ser un manifiesto sobre la calidad moral del hombre europeo «ideal», a una tendencia estética popular que se exhibe en los aparadores de las tiendas administradas por Inditex.
Es probable que la mayoría de quienes hemos llegado a participar en el minimalismo, sea a través de adoptar este estilo personal o implementarlo en nuestro diseño de interiores, lo hayamos hecho por mero gusto y no tanto por estar suscritxs a una ideología de puridad espiritual supremacista. Dado que se nos suele vender como una moda sin pasado y sin historia (y de hecho, suele estar más bien entendida como un estilo ‘atemporal’, siempre vigente y siempre chic), la asociación entre una cosa y la otra resulta bastante descabellada en un inicio, ¿cómo puede unx pasar de consumir looks austeros o tener fé en las enseñanzas de Marie Kondo a estar, inadvertidamente, reavivando una filosofía estética basada en el fascismo?
Pues bien, un vistazo al contexto histórico bajo el cual se formularon sus principios suele clarificar el vínculo entre los significantes visuales del minimalismo y las ideas que estos acarreaban.
El nacimiento del minimalismo, por lo menos como sistema de creencias, suele ubicarse en el ensayo “Ornamento y Delito”, escrito por el arquitecto funcionalista Adolfo Loos en 1908 y publicado en 1913. La intención fundacional del texto fue, como lo indica el título, argumentar en contra de cualquier agregado decorativo que no abonara a la ‘utilidad’ de un objeto. Desde la arquitectura moderna, esto resultaba en proyectos cuyo diseño se encontraba completamente volcado en servicio de la función: no se daba ni un centímetro más de lo que fuese indispensable para el desarrollo humano, así como las fachadas se mantenían completamente lisas y los materiales de construcción sencillos, el enfoque más bien siendo aquel de economizar el proceso.
Más adelante, el éxito del arquitecto Le Corbusier sería indicativo de una tendencia visual que posicionaba al funcionalismo como la arquitectura “del futuro”, ya que rompía por completo con los tradicionalismos “excesivos” de los siglos anteriores. Se trataba, por encima sobre todo, de un diseño ideal para representar la creciente industrialización de todas las áreas de la vida urbana, pero también para representar un sentido de avance y progreso idóneo.
De este modo, las vanguardias artísticas durante la primera mitad del siglo XX solían mantener una postura de aceleracionismo con respecto a estos cambios, buscando que el arte reflejara las nuevas realidades del desarrollo técnico en una Europa que cada vez más simpatizaba con las ideas del Nacional Socialismo.
Tanto la arquitectura como la moda fueron de suma importancia en cimentar este discurso a nivel visual, lo cual es de notable importancia ya que, siendo estas dos las formas de expresión artísticas más asociadas al cotidiano de la persona (unx no va al teatro ni al museo todos los días, pero siempre toma decisiones en torno a su atuendo y siempre transita la obra arquitectónica), pudieron establecer un vínculo de mayor intimidad entre la filosofía funcional y la actitud del ciudadano promedio. Estos fueron los cimientos de lo que un par de años más tarde, se conocería como el “New Man” Europeo. Es decir, un idóneo cuya figura se iría prestando a la narrativa de la raza aria.
En ese mismo sentido, lo que estableció “Ornamento y Delito” por en cima de cualquier otra idea, fue que la simpleza del minimalismo poseía una superioridad de calidad no sólo física sino moral, sobre todo en comparación directa a otras formas de expresión cultural y artística no-hegemónicas.
Famosamente, Loos arremetió en contra de la población indígena de Paúpa al usarlos de ejemplo como criminales, degenerados, y pertenecientes a una cultura tan sub-desarrollada como la mente de un infante, todo por motivo de lo trasgresores que le parecían sus tatuajes tradicionales. Así pues, generó un nexo entre el ornamento físico y la inmoralidad del carácter, proponiendo, por contraste, que el progreso debía ir de la mano con la eliminación de cualquier “exceso” en la persona u objeto de uso diario.
De este modo, el minimalismo ya no era una sólo una optativa, sino un mandato planteado desde la supremacía, cuya justificación se encontraba erguida sobre dimensiones estéticas, políticas y hasta espirituales – similar al discurso Nacional Socialista.
En el campo de la moda, aplicar esta lógica significó el rechazo y borramiento de una infinidad de trajes, vestimentas, y tradiciones textiles ancladas en el simbolismo y folklore de muchos pueblos. En Alemania sucedió con el dirndl, vestido típico de la región de los Alpes, ya que este pasó por una serie de modificaciones encaminadas a su simplificación. El dirndl moderno ya no mantiene referente alguno a una tradición regional específica de Alemania, sino que se conoce como simple vestimenta de campo y apunta más bien a una generalidad nacional.
Establecidos estos cimientos, se marcó el paisaje estético del periodo de oro del fascismo en Europa, previo al estallido de la Segunda Guerra Mundial, en donde sus ideas ya tenían ancla sobre una gran parte de la población (por lo menos la blanca y cristiana) gracias, nuevamente, a que una gran parte de su militancia se hizo a través del arte. Así pues, en colaboración con Chanel, entre varias otras casas de costura hoy en día bien conocidas y aún asociadas con el buen gusto, se logró solidificar al minimalismo a lo largo y ancho de Europa occidente de una forma casi indisociable de una ideología de ultra derecha. Tansy Hoskins menciona en su libro “The Anti-Capitalist Book of Fashion” cómo es que el derechismo de Chanel, en particular, dejó una marca en en sus diseños. Defendió el minimialismo y la austeridad como marca de elegancia, muy a la white European. De este modo también nos da un precedente sobre cómo es posible descifrar agendas ideológicas o políticas dentro del diseño.
Entre la mecanización de la muerte, la sistematización del dominio territorial y la fantasía megalómana de un mundo unido bajo la bandera del Nazismo, también se formó una manera condensada de visualizar esta ideología y señalizar sus intenciones hegemonizantes a través de la vestimenta. Sin embargo, no fueron speedos repletos de swásticas bordadas lo que se implementó como la moda de la dominación, sino algo mucho más sutil: una noción limpia y monocromática de la moda que buscaba separarse de cualquier herencia cultural previa, también en coherencia con la glorificación del porvenir que prometían los discursos futurista-políticos del momento. Vamos, la promesa de un mundo blanco dominado por el 3er Reich.
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